viernes, 8 de julio de 2016

La pobreza infantil cayó en Argentina, pero aún afecta a cinco millones

El 4,6% de los niños y jóvenes argentinos pasó hambre en 2015, según un informe privado


Barrio La Vieja Tablada, Santa Fe. UNO de Santa Fe/Manuel Testi


La pobreza infantil en Argentina se redujo ligeramente durante los últimos años de la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, pero sigue muy presente. Cuatro de cada diez niños y adolescentes del país vivían en hogares situados bajo el umbral de la pobreza a fines de 2015, cuando asumió Mauricio Macri como presidente. Los datos del último Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la Universidad Católica Argentina (UCA) no se pueden contrastar con estadísticas oficiales sobre pobreza, interrumpidas en 2013 y que se reanudarán a fines de este año, pero contrastan con la Argentina que dibujó Fernández de Kirchner seis meses antes de abandonar el poder, cuando afirmó que había menos pobreza en Argentina que en países como Alemania.
Según el Barómetro, avanzado por La Nación, la pobreza infantil cayó 3 puntos porcentuales entre 2010 y 2015, pero afecta aún a 5 millones de menores de 18 años. De ellos, 1,1 millones viven en hogares que ni siquiera cuentan con ingresos para adquirir la canasta básica alimentaria. El informe comienza con esta medición tradicional de la pobreza, pero añade también cifras sobre la pobreza multidimensional que son aún peores: un 56,2% de los menores argentinos -es decir, casi 6,9 millones- tiene insatisfecha al menos una necesidad básica. La cifra es más alta que la que difundió Unicef el pasado mayo, porque el organismo de Naciones Unidas consideró como pobres solo aquellos niños con al menos tres necesidades básicas insatisfechas.

Entre las privaciones que sufre la infancia argentina resulta especialmente grave la falta de alimentación. En un país que produce alimentos para 400 millones de personas -casi 10 veces su población- un 4,6% de los menores padeció episodios de hambre en 2015 y no contó con ningún tipo de alimentación gratuita, ya sea un comedor comunitario o la escuela, donde los niños se aseguran de recibir al menos un plato de comida al día. Según el Barómetro, la cifra se redujo 3 puntos porcentuales en el periodo estudiado.
"Sucede que no necesariamente todos los niños asisten a la escuela", explica Ianina Tuñón, la investigadora responsable del informe, basado en 5.700 casos de aglomerados urbanos de más de 80.000 habitantes. Tuñón destaca que un 5% de los chicos entre 4 y 17 años no van a la escuela, pero la cifra se dispara hasta el 70% en los menores de 4 años, cuando la educación no es obligatoria. Como consecuencia, los más pequeños son también los más desprotegidos, ya que para los hogares más pobres el colegio no ofrece solo educación sino que también garantiza asistencia sanitaria y alimentación.

Gran desigualdad social
"Hay mucha desigualdad social. La mayoría de los niños de menos de esa edad integrados al sistema educativo son de los niveles más altos y también los de Capital", advierte la investigadora, quien ve con optimismo el impacto positivo que tendrá la política de extensión de centros de primera infancia en las provincias del norte del país, una de las zonas más vulnerables, junto al área metropolitana.
Uno de los factores que explican la reducción de la pobreza infantil más severa en los últimos años es la Asignación Universal por Hijo, una de las políticas sociales puestas en marcha por el kirchnerismo. "La transferencia de ingresos con estas políticas ha sido una medida importante, pero no suficiente", dice Tuñón, ya que persiste un núcleo de población al que no llega ese sistema de protección social.
Según el informe, además de garantizar la seguridad alimentaria, las otras prioridades son la mejora de saneamiento y de vivienda. Un 18,7% de la infancia argentina vivía a fines de 2015 en casas sin agua corriente ni inodoro con descarga, 7,5 puntos porcentuales menos que en 2010, mientras que un 22,9% padecía condiciones de hacinamiento en el hogar. Mejorar las condiciones de las viviendas tiene importantes beneficios adicionales, en especial sanitarios, afirma Tuñón: "Implicaría mucha menos propensión a enfermedades en primera infancia, como diarreas e infecciones respiratorios, que se da en villas o en otros asentamientos precarios".

El País

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