viernes, 1 de abril de 2016

El día en que el terror se apoderó de un parque


Por SARAH ELEAZAR 31 marzo 2016


CreditAngie Wang
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LAHORE, Pakistán— Un oficial de policía que hacía guardia frente al parque Gulshan-e-Iqpbal el martes en la mañana miró con furia cuando le pedí que me contara lo que había pasado el domingo. Me escoltó al parque y me dijo que viera por mí mismo.

El domingo, cientos de personas, en su mayoría familias con niños, se habían reunido en Gulshan-e-Iqbal, uno de los parques más grandes de la ciudad, para disfrutar del día de Pascua y el clima. Giffin Iqbal, su esposa Samia y sus hijo, Max de 6 años y Adan de 4, se dirigieron hacia allá después del servicio religioso. Los niños gastaron el dinero que traían en palomitas y helados de un puesto cerca de la fuente azul y el juego llamado Hilly Gilly.

Cerca de las 18:15, Iqbal avisó a los niños que era hora de irse. Adan se tiró al suelo y pataleó en protesta. Su padre lo alzó en brazos, tomó a Max de la mano y caminaron hacia la entrada. Apenas habían dado unos pasos fuera del parque cuando los oídos les zumbaron con una ensordecedora explosión y la tierra se sacudió.

Al temer por una estampida, Iqbal decía a las personas que corrían hacia el parque que debía tratarse de un aparato en los juegos que se había descompuesto. “Pero mis palabras se ahogaron entre los gritos que venían del parque”, narró.

Un grupo separatista del Talibán pakistaní llamado Jamaat-e-Ahrar se adjudicó la responsabilidad del ataque, el cual dejó cientos de heridos y mató casi a 72 personas, entre ellas docenas de niños. Este grupo declaró que el objetivo del bombazo suicida era la minoría cristiana que estaba celebrando la Pascua. Pero cuando los hospitales de la ciudad hicieron el recuento de los muertos, encontraron que habían matado a más musulmanes que a cristianos.

Esa noche de terror, los pasillos de cuatro hospitales de la ciudad se atiborraron con miles de personas que querían donar sangre para las víctimas. Algunos servicios de taxi anunciaron viajes gratis para los que querían ir a donar, y un banco de sangre en Karachi ofreció enviar suministros sin ningún costo. Anthony Permal, bloguero cristiano pakistaní y publicista radicado en Dubái, tuiteó: “Cada gota de sangre donada se mezclará con la sangre de los heridos. Musulmanes y cristianos compartirán sus cuerpos esta noche”.

Cuando las familias en duelo caminaban este lunes al cementerio cristiano, Gora Kabristan, quienes los veían pasar guardaban silencio reverencial. El sentimiento general era que esto no solo fue un ataque a los cristianos, sino a todos los residentes de Lahore.

En una muestra de solidaridad, el primer ministro de Pakistán, Nawaz Sharif, emitió una denuncia protocolaria en contra del terrorismo en un discurso que se televisó en cadena nacional. Además, el ejército comenzó una ofensiva en contra del Talibán en la provincia de Punjab, cuya capital es Lahore.

Sin embargo, la huella psicológica de este ataque quedará grabada profundamente en las conciencias de la minoría cristiana, la cual conforma cerca del 1,6 por ciento de la población. A lo largo de los años, los perseguidores extremistas han obligado a los cristianos a guardar silencio; el gobierno, que ha fracasado en la tarea de protegerlos, lo permite.

Hay pena, sí, pero ¿dónde está la indignación? Además del periodo oficial de luto, las principales iglesias de la ciudad no realizarán ninguna muestra pública de duelo, ni ningún acto colectivo en memoria de las víctimas. Las declaraciones de condena y consuelo por parte de los líderes cristianos han llegado a través de los canales aprobados por el gobierno, como el Consejo Musulmán de Ulemas en Pakistán. La sugerencia del gobierno a los cristianos en Lahore fue que pasaran inadvertidos e ignoraran la atención no deseada.


Rana Tanveer, un periodista establecido en Lahore que cubre asuntos de derechos humanos, hizo referencia a las conversaciones que ha tenido con líderes de la iglesia; la mayoría de ellos generalmente se rehúsan a hacer comentarios o no quieren atender sus llamadas. Cuando te ganas su confianza, te das cuenta de que es obvio que esta comunidad piensa que no pertenece aquí, opinó.

La única manifestación que las iglesias han organizado en años recientes fue unirse a las protestas de los musulmanes en contra del pastor estadounidense Terry Jones, por la infamia de quemar el Corán. Hicieron esto en un esfuerzo por proteger a su comunidad, explicó Tanveer.

“¿Podemos culparlos? Todo el sistema funciona para excluirlos de cualquier aspecto relacionado con su pertenencia a la nación”, explicó.

El domingo, unas cuantas horas antes del bombazo en Lahore, las calles de Islamabad, la capital, proporcionaron otro ejemplo aterrador. Aproximadamente 25.000 manifestantes se reunieron al final del periodo de duelo por la muerte de Mumtaz Qadri, quien fue ejecutado en febrero debido a que asesinó en 2011 a Salman Taseer. Taseer fue el gobernador de Punjab que criticó la ley que prohibía la blasfemia en Pakistán y se pronunció en contra de la condena de una mujer cristiana llamada Asia Bibi por violar esta ley. Esto provocó que su guardaespaldas, Qadri, lo matara de un disparo.

Los defensores de Qadri exigían, entre otras cosas, la ejecución de Bibi; dejaron un rastro de destrucción en su irrupción a la “zona roja”, un área de seguridad dispuesta para proteger los edificios gubernamentales y las embajadas. Quemaron un autobús, saquearon una estación de autobuses, destruyeron vehículos y cercaron el edificio parlamentario, antes de que interviniera el ejército. Tal despliegue de odio y violencia sin que nada se los impidiera demuestra lo poco eficaz que ha sido la determinación del gobierno para erradicar el extremismo.

Durante las últimas décadas, el gobierno ha prometido en varias ocasiones que acabará con esto. Pero el ataque del domingo prueba que la seguridad, especialmente la de las minorías, es un lujo que el Estado no está siendo capaz de proporcionar. En el parque Gulshan-e-Iqbal, esta seguridad fue prácticamente nula.

El martes, el lugar del ataque estaba acordonado, pero las barras de metal ennegrecidas del juego Hilly Gilly y las baldosas chamuscadas de la fuente lo explicaban todo. El policía que vigilaba el parque me contó que fueron los cojinetes en el chaleco del atacante lo que causó más daño, pues desgarraron los cuerpos de las víctimas.

“Lloré después en casa”, contó, mientras clavaba con rabia la mirada en el suelo. “Esto es la muerte de la humanidad”.

nytimes.com,

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