jueves, 24 de marzo de 2016

Sta Fe “El secuestro no es la muerte, pensás que va a volver”

Testimonio. En 2010, a Marta Dillon le informaron que habían identificado los restos de su madre, Marta Taboada, desaparecida en 1976. La construcción de la identidad y el impacto del hallazgo.

Marta Dillon –periodista y militante– tenía 10 años cuando la arrancaron de su cotidianeidad pero no de su vida. / José Busiemi.
Marta Taboada fue madre de cuatro hijos, maestra, abogada y una militante secuestrada en 1976. Tuvieron que pasar más de 30 años para que sus restos fueran identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense y ella dejara de ser una desaparecida. Su hija, Marta Dillon –periodista y militante– tenía 10 años cuando la arrancaron de su cotidianeidad pero no de su vida. El año pasado presentó Aparecida, un libro que recupera a su mamá y la comparte con el mundo.

“Mi mamá era una persona muy generosa, muy distraída. Cuando la secuestraron tenía 35 años y ya había tenido cuatro hijos y cinco partos porque tuvo mellizas que murieron en el parto (mientras estaba secuestrada). Aparte amamantaba un montón y era abogada. Era una joven que, pienso, había pasado sus últimos 10 años entre tetas, embarazos y militancia. O sea que era una mujer que tenía una gran capacidad de trabajo y de entrega. Más allá de lo que yo pueda recordar, esos datos me dan esa pauta”, señaló.

Y continuó: “Lo que yo me acuerdo es que era una persona muy dulce, muy generosa y muy creativa, siempre estaba inventando cosas, desde artesanías hasta modos de ganarse la vida porque se había separado muy rápido”.

Taboada vivía en una casa con sus cuatro hijos (Marta es la mayor), con Juan Carlos Arroyo y con Gladys Porcel y sus dos hijos, Tupac y Fidel. Fue de allí de donde se la llevaron en 1976.

—¿Qué recuerda del día del secuestro de su mamá, Arroyo y Porcel?

—Yo estaba con una chica que cuidaba a mi hermano más chico que tenía dos años, también estaban mis otros dos hermanos más Tupac y Fidel. La patota llegó a la noche pero mi mamá llegó a la madrugada, así que estuvieron muchas horas adentro de mi casa esperándola. Lo primero que hicieron fue disparar sobre la casa, no sé si por las dudas o qué, y después entraron. Nos reunieron a todos en un cuarto chiquito. Nos dejaron ahí y escuchábamos el ruido de las cosas que rompían. Recuerdo todo un poco confuso hasta que llega mi mamá, ahí hubo otro tiroteo y escuchaba la voz de ella y la de los tipos que le decían que no estaba colaborando. Fue horrible. Yo quise salir a despedirme y no me dejaron porque había un tipo clavado en el cuarto donde estábamos los niños. De pronto, en un momento, después de un silencio, se escucharon los motores de los autos. Yo me asomé a la ventana y vi la parte de atrás del auto en el que se iba mi mamá. Y eso fue todo. Nos quedó la casa destrozada. Después vino mi papá y nos fuimos con él y con mi tía, su hermana.

—¿Cómo fue convertirse en adolescente cargando todo lo vivido cuando era chiquita y con la figura materna ausente?

—Hay muchas personas que no tienen a su mamá o a su papá. Pero la desaparición no es la muerte de tu mamá sino que lo que se abre después del secuestro es una larga inconmensurable incógnita que nadie termina de contestar nunca. El secuestro no es la muerte, se la llevan pero vos pensás que la vas a volver a ver, que la vas a volver a encontrar. Y nadie te dice: “Ya no la esperes más, tu mamá se murió”. Hay un proceso silenciado, sobre todo en familias que no tienen militancia. Siempre la desaparición genera esa incógnita de no saber en qué momento se deja de esperar que la persona desaparecida vuelva. De hecho hay un lugar en tu fantasía, donde siempre puede volver. Hay un espacio que queda reservado para la persona ausente y eso genera muchas complejidades.

“Además –continuó– el entorno social era muy hostil. Lo que le había pasado a mi mamá yo no lo podía contar en la escuela, era como ser un bicho raro en todos lados. Y en mi familia, además, no hubo mucha palabra sino muros de silencio que tuve que ir socavando con los años”.

—¿Cuándo decidió empezar a militar en HIJOS?

—No sé si fue una decisión o una necesidad orgánica, del organismo. Era una necesidad de encontrar mi lugar en el mundo, de juntarme con gente que supiera esto que estoy diciendo sin necesidad de ponerle palabras. Y, además, que pudiera aportar una mirada generacional distinta a la que venían haciendo los otros organismos; de hecho creo que la aportamos en relación a los escraches y al modo en que empezamos a hacer política de forma horizontal aun cuando las asambleas eran muy numerosas. Era una necesidad y ese encuentro a mí, de alguna manera, me salvó la vida. Necesitábamos convertir el lugar en el que nos habían dejado en uno que fuera fuente de alegría por la posibilidad de estar luchando por justicia para nuestros padres y madres.



Identificación y desafíos

Finalmente, después de muchos años de espera y lucha llegó la confirmación que abriría otra etapa en la vida de Dillon: identificaron los restos de su madre. La noticia llegó en 2010, mientras ella estaba de viaje en España con su esposo y su hijo. Recibió una llamada que duró solo lo necesario para que ella preguntara si había novedades y desde el Equipo Argentino de Antropología Forense le contestaran que sí.

La comunicación desde España era muy costosa por celular y pasaron varias horas hasta que Marta pudo contactarse nuevamente para pedir un poco más de información. De todas maneras, lo importante ya lo sabía: la habían encontrado.

—¿Cómo fue ese momento?

—Fue muy raro. Ya habían identificado a las dos personas que se habían llevado con ella, Juan Carlos Arroyo y Gladys Porcel. Entonces yo pensaba si los identificaron a ellos por qué no a ella. Aunque podía estar en otro cementerio o en ningún lado por un vuelo de la muerte. Pero, de alguna manera, se había intensificado ese deseo de encontrar algo de ella. Lo que me preocupaba era la integridad de su cuerpo pero, obviamente, el cuerpo no estaba íntegro porque era un esqueleto, que tampoco estaba íntegro. Pero bueno... lo importante era haberla encontrado.

“Fue un momento de mucha conmoción –reconoció la periodista–, te sentís una niña de nuevo, como si tu mamá se hubiera muerto ese mismo día. Y a la vez es una sorpresa. Parece tan imposible esto de encontrar a una desaparecida que, cuando se produce el hallazgo, el mundo se te viene encima”.

Esa “evidencia material del cuerpo de mi madre emergiendo del anonimato, de la tierra, sin ser un cuerpo” fue lo que la impulsó a escribir Aparecida. “Me parecía que necesitaba darle encarnadura a esos pocos huesos y, además, abrirle lugar dentro de la trama social. Quería darle lugar a su militancia, a su trayectoria, a sus errores y locuras. Era habilitar los relatos en torno a ella y pensar, también, cuánto de ella había cargado yo para que no desaparezca completamente”, dijo.

—¿Qué quiere que el libro deje en las y los lectores?

—Espero que deje reflexiones en torno al cuerpo, la maternidad, el modo en que nos relacionamos, en que pensamos el mundo, el valor que tienen la generosidad y el trabajo colectivo por encima de esta cosa individualista que estamos viviendo en este momento. Hoy parece que la norma es esto del esfuerzo personal, el desprecio por la militancia y por todo aquello que no sea acumular dinero y ponerse a salvo. Espero que deje en las y los lectores un ansia por compartir la vida con otras y otros y por saber que no se puede vivir bien si no aspiramos al bien común.

—Considerando el contexto social y político actual, y en referencia a lo que mencionaba, ¿cuál considera que debe ser el mensaje para este 24 de marzo?

—El mensaje me parece que tiene que ser la defensa de los Derechos Humanos como pacto social. No decir Nunca Más solo en relación a lo que sucedió entre el 76 y el 83, sino oponernos realmente a un proceso muy duro de cambio de paradigma, donde los Derechos Humanos están siendo sospechados. Hay que oponerse muy firmemente al individualismo y, sobre todo, a un avance represivo que se nota en todos lados pero en particular en poblaciones más vulnerables, como travestis y trans o las personas que viven en villas. Hay que defender la diversidad, nuestras historias y el trabajo colectivo.



Victoria Rodríguez/ UNO Santa Fe/ victoriarodriguez@uno.com.ar

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