sábado, 30 de enero de 2016

Él vio cómo agredían a una mujer en la calle. 5 años después sigue preso y ahora cuenta su historia

“Salí de mi hogar a las 6:14 de la tarde. Nunca más volví”.
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Estar en la situación equivocada en el momento equivocado, eso le sucedió a Tomás. Fue por un suceso que ocurrió hace 5 años y hasta el día de hoy está preso. Su realidad es triste, no cometió ningún crimen y aún así debe pagar con el tiempo de su vida. No pierde la esperanza de que algún día se haga justicia y pueda volver a estar libre. En su entorno, nadie le cree cuando dice que es inocente. Todos alegan lo mismo. Sin embargo, aquí reproducimos su versión del hecho:
Llevo 5 años aquí desde que sucedió el crimen. Yo lo vi todo, vi a los agresores correr y a la policía llegar con sus armas. Me pusieron las esposas. No atiné a decir nada. Estaba estupefacto. En el juicio mi abogado trató de defenderme pero, como no le pude dar toda la información, no pudo hacer mucho por mí. Los días pasan lento. La comida es pésima y mi cabeza está siempre ocupada en una cosa: la escena del crimen.
Yo había ido a comprar regadores nuevos. Josefina, la que era mi mujer, me había dicho que era urgente porque el pasto se estaba secando. Salí de mi hogar a las 6:14 de la tarde. Nunca más volví. Pensé en tomar un bus local hasta la tienda, sin embargo, me agarré la panza y decidí que un poco de ejercicio me haría bien para bajar kilos. Pasé por las tiendas, hablé con gente y me divertí viendo a los niños jugar en las plazas. Era la vida de barrio que nunca había logrado tener debido a que mi trabajo consumía todo mi tiempo.
Me había pedido el día libre en la constructora para resolver lo del jardín y pasar por una notaría a firmar el contrato de arriendo. También Andrés, mi hermano menor, me insistía para que lo visitara. A sus 18 años estaba harto de la presión de mis padres y quería beber una cerveza conmigo. Además, seguramente, algunos dólares. No paraba de decirme que quería ganar dinero, que no soportaba más vivir en esa casa y que quería irse del país cuanto antes. Yo le recomendaba que estudiara y que estudiara algo en la universidad, pero eso no estaba en sus planes.
Terminé mis trámites en la notaría, compré los regadores, y antes de tomar la calle hacia la casa de mis padres pasé a comprarme un helado. Así iba por las calles, feliz, el sol me daba en la cara. No pensaba en que era lunes y que al día siguiente tenía que volver a trabajar. Sólo me preocupaba que Josefina dejara de molestarme con lo del pasto, poder hablar con Andrés sobre sus problemas y luego cenar con mis padres.Había mucho que contar. Mis proyectos de negocios, las vacaciones que tenía pensadas y quizás comunicarles que tenía deseos de tener un hijo.
Nada de eso pudo ser posible. Quince minutos después de que acabara mi helado, la realidad cambió drásticamente. Me di cuenta de que había dejado en la tienda la bolsa con los regadores y el contrato. Me desesperé, me di la media vuelta y corrí en la dirección opuesta. Intenté parar los taxis, pero ninguno se detenía. Si perdía el contrato estaba en un grave aprieto, así que apuré lo más posible el paso para recuperar la bolsa. De pronto pasé frente a un banco y vi algo que me cambió la vida. En la entrada estaba Andrés, junto con otros dos jóvenes, atacando a una mujer que se aferraba a su cartera.
Mis ojos no lo creyeron en un principio, pero no dejé de correr. Fui hacia ellos a máxima velocidad y grité el nombre de Andrés. Él me miró y alertó a sus compañeros. Sin embargo ellos se cubrieron los rostros y continuaron golpeando a la mujer. Yo traté de disuadirlos, Andrés se cubría el rostro y me gritaba que me largara de ahí. La mujer de un momento a otro tropezó y cayó de cabeza en el pavimento. Sus ojos se cerraron, la sangre tiñó su ropa y sólo ahí los jóvenes lograron quitarle su bolso. Todos corrieron, escapando del lugar, incluyendo Andrés. Yo me quedé con la mujer tratando de ayudarla. Pero tuve que ponerme de pie de nuevo cuando vi que los dos jóvenes que acompañaban a mi hermano en su crimen, ahora lo golpeaban porque pensaban que los había traicionado.
Luché contra ellos. Recibí un par de golpes, sin embargo logré que dejaran en paz a Andrés. Ellos se fueron por un lado con la cartera llena de dinero y Andrés por el otro, con las manos vacías. Antes de correr me dijo que tenía miedo, que lo había hecho todo mal y que sentía mucho lo que había pasado. Yo sólo le dije que hablaríamos después, que se escondiera y que encontraríamos la manera de resolverlo. Me quedé en la escena del crimen. Escuché disparos y pronto la policía me rodeó y me hizo entrar al coche blindado.
Las cosas no resultaron como esperaba. Se me culpó del crimen. Un guardia y un par de clientes me habían visto golpear a dos de los asaltantes, pero ayudar a uno. Por lo tanto, asumieron que yo era uno más de la banda. Mis manos habían quedado llenas de sangre y la mujer quedó en estado de coma. No tenía cómo librarme de la responsabilidad. El único que podía sacarme del problema era Andrés. Todavía puede. Estoy tras los barrotes esperando. Aunque sé que eso no ocurrirá. Mis padres me informaron que no lo han vuelto a ver. No sé si escapó por su cuenta o sus compañeros en el delito le hicieron algo para que no hablara.
Josefina ya no está conmigo. Mis sueños ya no son lo que eran antes. Ahora sólo deseo vivir tranquilamente. Esperar que Andrés vuelva a la ciudad. No me refiero a que se entregue y yo quede en libertad. Es cierto que me gustaría volver a respirar el aire de las plazas, pero sobre todo quiero que aparezca para saber que está bien. Es mi hermano menor; sólo un muchacho ingenuo y tonto. Si la mujer sale del coma las cosas podrían cambiar. Si es que recuerda algo, podría cambiar el rumbo de la investigación. En todo caso, no creo que eso ocurra. Me parece que lo mejor es no tener expectativas, dejar que las cosas en el exterior sucedan porque desde aquí no puedo hacer nada.
La escena del crimen se reproduce todos los días en mi cabeza. Vivo en la monotonía. Sólo relatar esto me devuelve algo de fuerza. Como si la confianza de alguien desconocido pudiera provocar mi salvación. Eso es lo que siento: que si me creen, soy libre.
¿Qué te pareció el caso de Tomás?

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