sábado, 5 de septiembre de 2015

“Veo una argentina dividida, como si se tratara de unitarios contra federales”

El santafesino Juan Hairala es sacerdote y hace 24 años que reside en Japón. Desde 1983 hasta 1988 estuvo bajo las órdenes y viviendo junto al hoy Papa Francisco. La idiosincrasia y cultura nacional y local, en clave jesuítica.
La Misa. Todas las mañanas en santafesino la celebra para un numeroso grupo de monjas y fieles, en japonés.

Católicos asiáticos. En Tokio, el Padre Juan Hairala junto a los fieles. Solo el uno por ciento de la población nipona está bautizado.


Jorge Bergoglio. En Japón, adonde vivían los jesuitas que fueron enviados allí y de los que era, por entonces, su Superior.
Jorge Bergoglio. En Japón, adonde vivían los jesuitas que fueron enviados allí y de los que era, por entonces, su Superior.
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El padre Juan Hairala en santafesino, tiene 50 años y se fue en 1983 al Colegio Máximo de San Miguel, provincia de Buenos Aires. Allí la Compañía de Jesús (la Orden de los Jesuitas) tiene una de sus mayores casas de formación. En ese Colegio el hoy Papa Francisco, Jorge Bergoglio, desde los 36 años, fue Rector por mucho tiempo.

Haciendo su noviciado, Hairala estudió Filosofía mientras trabajaba en los barrios. Bergoglio fue allí su superior tres años; y luego vivió dos más en la misma casa. “Fueron, con todo, cinco años bajo el mismo techo. Creo conocerlo bastante”, comenzó contando en diálogo con Diario UNO.

Este sacerdote hoy vive en Japón. Es profesor asociado de la Facultad de Teología y director del Centro Católico en la Universidad Sophia, en Tokio. Desde 2011 no volvía a su Santa Fe natal. Aquí –además de sus orígenes– están su madre, hermanos, sobrinos y decenas de amigos.

En la entrevista describió al Papa, dio su mirada sobre la realidad política nacional, la ciudad con la que se encontró luego de cuatros años, definió rasgos de la cultura japonesa (con sus luces y sombras) y ensayó una comparación con la cultura Latina. También, contó la dura experiencia que sobrevino a los terremotos, tsunamis y a la destrucción de la central nuclear de Fukushima con las inesperadas consecuencias sociopolíticas con la que por ello los japoneses se enfrentan.

Mantiene una comunicación constante con el Papa. Aunque aseguró que “es muy complejo describirlo en pocas palabras: es difícil hablar de la gente buena; sobre la mala es más fácil”, dijo, entre risas. Sin embargo, se explayó: “Él siempre vivió y vive el Evangelio con coherencia absoluta y es siempre fiel a sí mismo. Nada sencillo: Es simple serlo unos meses o un año. Toda una vida, es excepcional”.

Hairala es de bajo perfil, algo tímido, y quizás acostumbrado a la rigidez y frialdad niponas. Las circunstancias de la entrevista parecen resultarle algo extrañas e incomodantes, pero va notablemente entusiasmándose por la experiencia.

Se motiva hablando de “la renovada Santa Fe”, de “sus avances”, aunque aclara que hay una parte de la ciudad que todavía no conoce o hace años que no ve. “En general, cada vez que vengo no me muevo mucho más allá del barrio de mi madre (Candioti Sur), y entiendo que habrá una parte edilicia y estructuralmente menos bella y postergada, como en toda urbe”, dijo y contrastó: “Recuerdo la abrumadora imagen post inundación 2003: Felizmente, hoy la fotografía parece otra”.

—¿Cuéntenos más del Papa?

—Es un hombre que ha creído que el mundo se cambia con humildad, oración, sinceridad y pobreza. Esos valores le han dado mucha profundidad. En lo personal, es una persona que sigue enviando correos, sosteniendo los vínculos de afecto.

—¿Con qué país y ciudad se encontró esta vez?

—No tengo mucha información para hacer una valoración definitiva. Por lo que me dicen, y por lo que percibo, creo ver una sociedad muy divida. Como en el pasado: Unitarios versus Federales, Peronistas versus antiperonistas. Luego veo ciertos “fundamentalismos” vinculados o lo moral, tanto de un lado como del otro: Un ejemplo es el intenso debate que hay hoy sobre el aborto. Esto es común cuando la discusión pone en tensión distintas miradas de lo moral. Aunque no sabía que esto estaba pasando. Sobre Santa Fe, sinceramente no extraño la ciudad. Sí veo un interesante movimiento y crecimiento en un sector, una agenda cultura muy nutrida. Y eso quizás sea lo que más me guste porque me gusta escribir y solamente en Santa Fe encuentro inspiración.

—¿Por qué se fue a Japón?

—Mientras me formaba como Jesuita, trabajaba en barrios de Buenos Aires. Era muy lindo, pero sentía que me faltaba algo. Estudié siete años en San Miguel y siete afuera hasta completar mi formación religiosa. En ese momento, 25 años atrás, las cosas en los barrios estaban demasiado bien, no sé ahora. Con gente del interior de mucha cultura en el sentido amplio del término y muy devota. En un momento sentí que quería hacer algo más por Dios. A mí siempre me atrajeron las necesidades en las grandes ciudades, que no son las mismas que las de los barrios. O no lo eran. No había necesidades espirituales, sí otras...

—¿Materiales?

—Sí... En las grandes ciudades hay fuerte necesidades espirituales. Y sentí además la necesidad de trabajar adonde el cristianismo no fuese conocido. O en donde esa necesidad se manifestara de otro modo que en un barrio pobre. Entonces le dije a Bergoglio lo que sentía esto en el corazón que Dios quería esto para mí. Y me mandaron a trabajar a Japón. Yo fui el último que fue de los cinco Jesuitas que allí en 1991.

—Un choque cultural muy fuerte. ¿Qué sintió, qué experimentó?

—Sí. Japón está muy lejos en todos los sentidos. Todo es distinto, no solo la lengua. Me di cuenta ahí que no sabía absolutamente nada: Quiénes eran sus héroes, sus artistas. Empieza de cero en todo sentido. Aprenderlo todo.

Allí “no hacen lío”

—¿Cómo definiría a esa cultura?

—Podría hablar de rasgos, a groso modo: Una gran confianza y respeto máximos en las estructuras y la autoridad, algo que es natural. Creo que nosotros somos realmente –no sé si es exactamente la palabra– “desordenados”. Tenemos una natural desconfianza en las autoridades, en las estructuras. Quizás eso se vincule con en algún punto con el Cristianismo. En el cristianismo, la persona se relaciona directamente con Dios, mediante su propia conciencia. Yo puedo subvertir ley y cuestionar la leyes y sin embargo estar bien con Dios. Es algo profundo, difícil de explicar. Sea por lo que sea, el japonés jamás van a dudar que el que está arriba, salvo que se pruebe lo contrario, es una persona buena que los va a ayudar. Si están las leyes, se cumplen; y la gente piensa que eso es bueno, que está bien, que es natural. No hay absolutamente nada bueno para ellos en rebelarse contra la autoridad.

—¿Hay corrupción? ¿O no se ve?

—Sí, hay. El problema es que la inclinación “natural” que tiene el común de la gente no es hacia la corrupción. Eso no quiere decir que la sociedad japonesa funcione correctamente ni que los gobernantes no sean corruptos. Cuando se toma conciencia de esa corrupción puede hacer mucho daño. Podríamos decir que es una sociedad ingenua o demasiado confiada en los poderosos. Cuando los diarios engañan, hacen muchísimo daño, mucho más que acá. Aquí la gente tiene formas desarrolladas de defenderse.

—¿Cuál es la religión o la creencia dominante?

—Hay dos religiones mayoritarias: el sintoísmo y el budismo. El sintoísmo es la religión autóctona de Japón, es una especie de panteísmo. No tiene ningún libro fundante. Su relato se compone de historias sobre dioses y demonios. Luego le sigue el budismo, distintas sectas de él. Originariamente el budismo es de la India, pero toma distintas formas en los lugares y depende de los maestros que tienen. Es un budismo japonés.

—¿Y el cristianismo?

—Solo el 1 por ciento de la población, de la que la mitad es Protestante y la otra mitad Católica. Lo curioso es que ni el sintoísmo ni el budismo tienen la concepción del bautismo. Entonces pertenecer a una religión es sentirse a gusto con ella. Otra curiosidad: cuando se hacen las encuestas sobre a qué religión pertenece, casi todos los japoneses dicen que a una religión, pero además de eso dicen que pertenecen a dos o tres religiones. Sintoístas son todos básicamente. Aunque algunos además se identifican como budistas y cristianos porque les gusta la doctrina de Jesús. Bautizados son está el 1 por ciento de 127 millones de habitantes, pero las encuestas dan casi el 15% de gente que se dice cristiana.

Sumisión, represión y culpa

— ¿Qué valores buenos –o no tanto– aportan estas religiones?

—Esa confianza mayúscula en la autoridad, por momentos no es buena. Esto tiene mucho que ver con el sintoísmo, incluso con el budismo. Por ejemplo, el budismo japonés pone mucho el énfasis en la “armonía”, y eso es muy bueno porque se evita la pelea, el conflicto, aunque sospecho que atenta contra la necesidad de manifestarse, en varios sentidos. En ocasiones para hacer el bien hay que pelearse. Por ejemplo, el cristianismo desde el vamos tiene como símbolo la Cruz. Si uno quiere ser bueno necesariamente tiene que sufrir en algún sentido. Y ese es casi el límite del budismo: donde comienza la pelea, donde empieza la discusión (lo que conlleva algún nivel de sufrimiento) ahí se corta la cosa. Por un lado, la “armonía” da mucha unidad a la sociedad ,pero uno se pregunta hasta dónde es bueno. Porque hay muchas situaciones en las que eso va en contra del bien, de la verdad. Y el sintoísmo mucho MÁS: El jefe de la religión es el PROPOPIO emperador, y es una religión del Japón para mantener la sociedad, entonces son cosas que cuando uno ve la sociedad japonesa se impresiona del orden. Debajo de eso DE TODO ESO EXISTE MUCHO del sufrimiento. EJEMPLO DE ELLO ES la cantidad de suicidios que hay.

— ¿Qué opinión merece eso?

—En Argentina la gente dice que hay muchos asesinatos, mucha violencia. Ahora bien, las muertes violentas (si uno incluye al suicidio) me atrevería a decir que son más en Japón que en Argentina. En Japón aproximadamente 32.000 suicidios por año.El año pasado bajó a 30.000 y eso fue noticia. Entonces, hay una violencia encubierta.

—¿Preservar la armonía a costa de uno mismo y el respeto excesivo a la voluntad del poder, se tramita con represión y violencia hacía uno mismo?

—Exactamente, llevaría tiempo comprenderlo o argumentarlo. Particularmente, creo que se todo eso vincula con la filosofía y con la religión. En una cultura en donde no existe el perdón y el autoperdón como valor –lo que es el corazón del cristianismo–, úna de las consecuencias es el suicidio. En Japón, la palabra más elevada es la justicia pero no el perdón. Y cuando en una sociedad no existe el perdón prima la dureza. Los suicidios se vinculan con eso. Por ejemplo, si una empresa quiebra y deja a 300 personas en la calle el presidente o gerente se suicida, por más que él no sea objetivamente responsable de esa quiebra. O si una persona atropella accidentalmente a alguien en la calle con el coche, puede ocurrir lo mismo. Entonces, si la palabra y el concepto más importante para los japoneses es “justicia”, y no existe una cultura del perdón, es comprensible que alguien termine acabando con su propia vida. Muchos podrán decir. “eso es lo que nos falta en Argentina”. No estoy de acuerdo. Recapitulando, quizás el “desorden” argentino y Latino se vinculan en un punto con el cristianismo, con esa misericordia el sentido dominante del perdón, que siempre están presente: siempre hay una salida. Contrariamente, la falta de perdón y la imposibilidad de librarse de la culpa expliquen esa violencia “escondida” que impera en Japón.

Fukushima, el límite

Lo que sucedió con esa ciudad y su completa devastación puso no solamente en crisis el modelo energético japonés (la energía atómica es su único recurso); sino también –por segunda vez en la historia y de modo drástico, según Hairala– la sociedad comenzó a manifestarse en contra del Gobierno por temor al futuro.

Antes, ocurrió cuando Japón perdió la guerra con EE.UU. y el emperador tuvo que verse obligado a decir que él no era hijo del dios que veneran.

Mariano Ruiz Clausen / Diario UNO

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