sábado, 20 de julio de 2013

SANTA FE: “Era una revolución, realmente nunca sentí tantos estampidos”-ASALTO, LUCHA Y BALACERA EN UNA TAPICERÍA DE BARRIO CANDIOTI

Enrique Ale relató con detalle el feroz ataque que sufrieron ayer en su negocio de venta de telas de República de Siria al 3700. Su hijo de 34 años recibió un balazo en una pierna y él tiene varios puntos de sutura en la cabeza.

 Fue una casualidad que no terminase alguien muerto ayer, cuando en horas de la siesta, dos hombres armados tomaron por asalto la tapicería Ciudad de Damasco. Cinco personas -dos clientes, un empleado y los dueños- fueron testigos de un feroz ataque delictivo que desencadenó una encarnizada lucha cuerpo a cuerpo entre víctimas y victimarios, mientras de fondo zumbaban las balas que se amortiguaban en rollos de tela, tapices y otras superficies acolchonadas.

“Llama la atención la ferocidad con la que nos atacaron esos tipos”, dijo esta mañana Enrique Ale, que a sus 64 años luchó y expuso su vida por su hijo Alejandro, de 34, quien se llevó la peor parte, porque terminó con un impacto de bala en la pierna derecha, del que ahora se recupera.

Dos cuadras y media hacia el norte de bulevar Gálvez, en calle República de Siria 3779, está ubicado el local donde todavía hoy podían verse los numerosos impactos de bala. Y mientras dos de sus hijos ponían un poco de orden en el caos de cosas tiradas y manchas de sangre, él se tomó un respiro para contar la historia: “Más o menos desde hace un año y medio comenzamos a trabajar a reja cerrada. Si viene un cliente se lo semblantea y si está todo bien se abre, si no no. 

El trato es personalizado y aparentemente nos dio buenos resultados. Pero ayer mi hijo se puso a limpiar la camioneta en la vereda y dejó el portón abierto. En ese momento, parece que nos estaban mirando, porque llega un auto con cuatro personas se bajan dos y se meten. A los gritos y desaforados ordenaban ‘todo el mundo boca abajo, todo el mundo boca abajo que los matamos’. Al primero que agarraron fue a un chico que trabaja con nosotros, lo toman del cuello, lo tumban y lo tiran mal. A todo esto, mi hijo alcanza a decirles ‘paren muchachos que les vamos a dar lo que quieran’. Y el tipo lejos de amedrentarse comienza a pegarle a mi hijo en la cabeza con un revólver. A todo esto todavía no habían disparado ningún tiro”.

Tiraba desde el piso

Enrique Ale repasó la escena una y otra vez, casi incrédulo de lo que había hecho y agradecido por el resultado. “Yo que estaba en el escritorio veo ese cuadro y salgo corriendo. Vengo y me prendo a auxiliarlo a mi hijo. En ese momento vemos la posibilidad de traerlo resbalando, estamos hablando de un tipo de unos 35 años, de mucho físico, estado atlético y por lo menos un metro noventa de altura; no lo podíamos tumbar, lo fuimos arrastrando y en esos tres o cuatro metros fue que me pegó a mí y me quebró el caño del arma en la cabeza. No sé qué pasó pero en ese momento lo logramos tumbar. Mi hijo y yo le seguíamos pegando y mientras tanto él caído en el suelo y boca abajo seguía disparando. Llegó a tirar 3 ó 4 tiros boca abajo”.

“Hubo un momento en el que yo le estaba por sacar el arma, pero era tal la cantidad de sangre que había, que se me resbalaba. En eso él le grita algo al compañero, algo así como ‘rajemos’ o ‘vamos, vamos’. Entonces el que estaba parado en el frente comienza a tirar”.

“Era una revolución, realmente nunca sentí tantos estampidos. Tiraban a dos frentes, a lo que miraban, a cualquier cosa, creo que para intimidar, no tiraban a matar. El otro tiraba en el deseo de defenderse, porque cobró a lo grande. El último tiro se lo pegaron a la camioneta Toyota que estaba en la puerta y los vecinos nos dicen que el grandote estaba herido en la cabeza. Se fueron en un Duna blanco patente 980 al que no le vieron las letras. La policía nos dice que los está buscando”.

Como saldo del ataque, la mujer que había quedado inmóvil en un rincón debió ser hospitalizada en medio de una crisis de nervios. El otro cliente se desmayó sobre un escritorio o fingió un desvanecimiento para no recibir golpes; el empleado terminó con algunos moretones, y padre e hijo debieron ser hospitalizados por las lesiones provocadas en la lucha.

Los delincuentes escaparon sin llevarse nada. El hecho se convierte en un nuevo golpe para los vecinos de barrio Candioti y una estocada a la fuerza pública y una comisaría 3a. que hoy es el centro de las críticas por la falta de seguridad.

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