sábado, 22 de junio de 2013

ROSARIO: Lo asaltaron, le dieron un balazo y murió cinco días después en el Heca

“Me voy a inflar la cubierta de la moto y vuelvo”. Cristian Leandro Rodríguez le dijo esa frase a Sandra, su mamá, poco después de las 19.30 del martes 11 de junio, y se fue en su Honda 125 Cross. Iba a una gomería, a pocas cuadras, pero jamás regresó. Menos de media hora después dos hombres que también iban en moto quisieron robarle la suya y uno de ellos, el que iba como acompañante, le disparó un tiro en la nuca. Quedó cuadripléjico, dos días después entró en coma y el domingo 16 murió en el hospital de emergencias Clemente Alvarez.
.La Capital | 
Lo asaltaron, le dieron un balazo y murió cinco días después en el Heca

 Ni el episodio donde lo balearon ni su muerte habían trascendido hasta ahora. Quien cuenta cómo lo asesinaron y todo lo que sucedió después es Pablo Rodríguez, su papá, un ex oficial de la Tropa de Operaciones Especiales de la policía de Santa Fe y ahora oficial mayor de la Policía Metropolitana de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Rodríguez plantea serias críticas a la actuación policial tras el ataque a su hijo y exige justicia: “Quiero que condenen a los que mataron a mi hijo y que vayan presos para que no maten a nadie más”.
Cristian tenía 22 años. Trabajaba en un salón de fiestas y estudiaba: iba a ser técnico en refrigeración. El día que lo herirían de muerte volvió antes a su casa porque un profesor faltó a la clase. Vivía con su mamá, dos de sus hermanas y su abuelo en el mismo barrio donde lo atacaron.
Después de avisarle a la mamá lo que haría condujo su moto hasta una gomería de bulevar Seguí y San Nicolás. No esperó a que le inflaran la cubierta porque vio actitudes que lo hicieron sentirse inseguro y decidió irse. Ni bien salió sus temores se confirmaron ya que dos hombres comenzaron a seguirlo en otra moto. El iba por Seguí hacia el este y dobló en Crespo. Unos metros más adelante la moto de los delincuentes se le cruzó y tuvo que clavar los frenos para no chocarla. Enseguida lo apuntaron con un arma. Después hubo un disparo y Cristian cayó al suelo mientras los dos atacantes escapaban sin llevarse nada.
“¿Voy a vivir?”. “Llamen a mi abuelo”, pidió a las personas que enseguida lo rodearon. Cuando el hombre llegó, el chico lo miró y preguntó: “¿Voy a vivir?”. Sentía que le dolía el cuerpo y pedía que no lo tocaran. Lo llevaron al Heca y su diagnóstico fue tan claro como dramático: la bala le había destruido una vértebra, la sexta cervical, y le había seccionado la médula. Tenía un cuadro de cuadriplejia irreversible y los médicos les advirtieron a sus familiares que podía empeorar: el proyectil, de un revólver calibre 22, había quedado alojado en una zona delicada y una infección podría agravar su estado en cualquier momento.
El miércoles, cuando sus padres entraron a verlo en terapia intensiva, el chico estaba lúcido. Contó todo lo que ahora se sabe sobre el episodio en el que lo hirieron y hasta reveló su propia hipótesis: que alguien lo había “marcado” en la gomería para robarle la moto. Antes de que el papá se fuera ese día del hospital el chico le hizo un pedido: “Comprame un cuello ortopédido mejor y ponele mi nombre, así queda para mi”. El que le habían puesto los médicos y enfermeros del Heca le molestaba.
Un día más tarde, cuando los familiares regresaron a verlo, el chico ya estaba sedado y conectado a un respirador artificial. Después los médicos le indujeron el coma y nunca más volvió tener conciencia. Los padres empezaron a aferrarse a un milagro y hasta contactaron al padre Ignacio para encomendarse a él, pero Cristian empeoraba. “Tenía mucha fiebre y los órganos comenzaron a fallarle”. El teléfono de Pablo sonó cerca de las 5 de la mañana del domingo 16, el Día del Padre, y la peor noticia se la dio un médico residente: su hijo había muerto.
La desidia policial. Entonces comenzó otro calvario. Los familiares del chico querían velarlo cuanto antes, pero para eso debían cumplirse una serie de requisitos legales. El más urgente era la realización de una autopsia, aunque era domingo y la comunicación formal de la comisaría 18ª a la morgue judicial se demoraba.
Rodríguez decidió ir personalmente a la seccional para tratar de acelerarla. Todavía en shock por la muerte de su hijo, ahora confiesa que le duele tanto la pérdida de Cristian como la desidia y “falta de respeto” que encontró en sus camaradas. Denuncia que lo atendieron mal, que escribieron una notificación para la morgue tan informal que ni siquiera tenía membrete y que quien estaba a cargo, un subcomisario, se negó a atenderlo.
Los tiempos apremiaban: los domingos la oficina administrativa de la morgue atiende hasta las 11 y reabre recién a las 18. Si el cuerpo no llegaba antes, después no habría autopsia hasta la noche. Y el cuerpo no llegaría hasta que la comisaría no enviara la nota oficial en la que solicitaba esa medida.
El papel no llegó y todo se demoró. No hubo autopsia hasta la tarde y el velatorio recién pudo empezar a las 10 de la noche. Rodríguez pone énfasis en el relato de estas penurias porque le duele la desidia de los funcionarios policiales frente a una familia destrozada.
Rodríguez busca ahora dos objetivos. Quiere hablar con el gobernador Antonio Bonfatti y que la justicia investigue el caso, lo esclarezca y castigue a los autores de la muerte de Cristian. Al mandatario santafesino quiere contarle cómo atienden en una comisaría de Rosario a los familiares de un chico asesinado. A los responsables de la pesquisa judicial quiere pedirles que le saquen el sumario a los policías de la comisaría 18ª. No confía en ellos y no cree que investiguen.
La monto estaba en venta. Mientras espera una llamada de la Casa Gris, se aferra a su familia y vuelve una y otra vez sobre el recuerdo de su hijo. “Estudiaba, trabajaba y también se divertía como cualquier chico de su edad”. Se llevaba muy bien con sus tres hermanas, dos del matrimonio de sus padres y otra de la unión entre su papá y su actual pareja, Mónica. Y hacía planes para ir a Estados Unidos, atraído por una chica que vino a Rosario como parte de un intercambio cultural.
La moto que quisieron robarle quienes lo asesinaron estaba en venta. “A él le encantaba, igual que los autos, pero yo le insistía que la vendiera. No quería, pero lo había convencido”. Antes de la fatídica salida a la gomería para inflar una cubierta la había mostrado dos veces, aunque los interesados no volvieron a llamarlo. La moto quedó tirada sobre el pavimento en la calle Crespo, cerca de la esquina con 24 de Septiembre, cuando a él se lo llevaron grave al Heca. La policía no tuvo que recorrer mucho para llevarla hasta la seccional 18ª, apenas dos cuadras.

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