lunes, 6 de mayo de 2013

ROSARIO: El mismo hombre tras el crimen de un policía y el atentado a un abogado


Conexiones entre el asesinato del suboficial Carlos Dolce y el ataque a balazos contra el penalista Alberto Tortajada. En ambos casos, ocurridos con cinco meses de diferencia, asoma una misma trama: personas ligadas al negocio farmacéutico.
La Capital | 
El mismo hombre tras el crimen de un policía y el atentado a un abogado
El asesinato a sangre fría de un policía en el centro en enero pasado tiene conexiones impactantes con el atentado a balazos que, cinco meses antes, sufrió el abogado penalista Alberto Tortajada en un edificio frente a Tribunales. El primer elemento común, para los investigadores judiciales, es que las dos ejecuciones habrían sido concretadas por el mismo hombre. El segundo es que éste aparece en los dos hechos como un individuo contratado para matar al modo de un sicario. El tercero es que los casos del policía y del abogado emergen sobre una trama idéntica: negocios mafiosos ligados a la venta de medicamentos en Rosario.
El 5 de febrero a las 17.10 dos hombres jóvenes entraron con una planta en una clínica de 3 de Febrero 1045. Dijeron que traían un regalo para el médico Omar Ulloa y sin esperar que la secretaria los anunciara se metieron en el consultorio. En segundos desde ese cuarto se escucharon ruidos de golpes, gritos y hasta un disparo de arma de fuego que provocó una estampida de pacientes hacia la calle.
Al salir los dos hombres fueron frenados por Carlos Dolce, un policía de civil que había sido advertido acerca de un robo. El policía les exigió que se quedaran quietos apuntándolos con su arma. Ambos acataron dócilmente pero enseguida se le abalanzaron y uno empezó a dispararle. Dolce recibió balazos en el tórax, el abdomen y la cabeza. En minutos resultó muerto.
Los dos individuos se zambulleron en un Chevrolet Corsa negro sin patente y escaparon perseguidos por policías en patrullas y en motos. El vehículo dio un reventón en Ocampo al 300 donde sus dos ocupantes bajaron. Uno, Hernán Matías Núñez, fue reducido ahí nomás. El otro, Pablo Andrés Peralta, de 33 años, domiciliado en una zona exclusiva de Rosario, es el que interesa en esta nota.
Con el torso desnudo y la policía pisándole los talones, Peralta corrió hacia el sur varias cuadras hasta escabullirse en un taller de chapa y pintura en Ayacucho al 2500. Allí dentro fue detenido. Su camisa ensangrentada había sido arrojada del Corsa en Alem al 1900 junto con una pistola semiautomática trabada y con una vaina encapsulada que fueron levantadas por un patrullero.
Cinco meses antes. El miércoles 5 de septiembre alguien llamó a un estudio jurídico y dijo que "por un problema de drogas" quería hablar en persona con Alberto Tortajada, un penalista de 72 años experimentado y conocido en Tribunales. Tortajada lo citó para dos días después en el edificio de Montevideo 2026 donde tiene su despacho.
Ese viernes 7 de septiembre a la tarde Tortajada entró a una panadería de Moreno y Montevideo y encontró al abogado Horacio Corbacho. Se sentó con él a tomar un café y recibió un llamado de un teléfono, que rechazó por no reconocerlo. "No me gusta este número", murmuró, arrancándole una sonrisa a Corbacho, sabedor de la pasión de su colega por los juegos de azar. El celular volvió a sonar y Tortajada esta vez atendió. Era Sebastián, el hombre que dos días antes le había pedido la entrevista.
Quedaron en encontrarse en la puerta del edificio. "¿Usted es el doctor Tortajada?", preguntó un hombre robusto, moreno, de 30 a 35 años. "¿Usted es Sebastián?", replicó el abogado. Ante la afirmativa Tortajada le abrió la puerta del edificio y lo hizo pasar. El supuesto cliente sostuvo varios segundos la puerta para que no se cerrara y ese breve suspenso sorprendió al penalista. Agachándose, desde medio metro y sin soltar una palabra, el recién llegado entonces le empezó a disparar. Hizo tres tiros con una pistola calibre 22 y al intentar el cuarto el arma se le trabó.
Tortajada sintió el crack del hueso roto en su brazo derecho y un ardor intenso en la espalda. Entró tambaleante a un negocio de telefonía. Lucía más tranquilo que sus allegados cuando éstos, al enterarse, fueron llegando estremecidos. Mientras lo sacaban en ambulancia alcanzó a decirle a la abogada Norma Carletta: "Nena, esto era para mí. Lo que más me preocupa es que no sé de dónde viene".
Tiros al frente. El testimonio del médico Omar Ulloa sobre la aterradora visita que sufrió en su consultorio era muy esperado en Tribunales. "Tengo una empresa de prestaciones farmacéuticas y estábamos por abrir un negocio en San Lorenzo y Maipú. Me quedó claro que el hecho tiene que ver con eso", dijo allí Ulloa.
¿Por qué le quedaba claro? Porque uno de sus dos visitantes no anduvo con rodeos. "Escuchame: a nosotros nos contrataron para hacer esto. No abras el negocio de San Lorenzo y Maipú. Yo soy el que reventó a tiros la puerta de tu casa en calle Santiago", escuchó Ulloa, quien sangraba por el culatazo y los golpes recibidos con el arma con la que minutos después el policía Carlos Dolce sería asesinado.
La vivienda de Ulloa, en Santiago casi Amenábar, fue rociada por doce disparos el 8 de enero pasado, un mes antes de la manifiesta advertencia en la clínica. Cuando LaCapital ese día le preguntó sobre lo ocurrido Ulloa, propietario de la cadena Farma 4, respondió: "Fue un intento de robo". En Tribunales nadie creyó eso.
El anónimo. En la fiscalía NN la comisario Jorgelina Llopard tomó a cargo la investigación del atentado a Tortajada y empezó a rastrear los abusos de arma con pistola calibre 22 en la zona céntrica los días previos. Al mismo tiempo iniciaron seguimientos telefónicos sobre varias líneas, entre ellas el llamado entrante al abogado del tal Sebastián. Llopard no tardó en detectar una denuncia por un hecho ocurrido a la vuelta de donde balearon a Tortajada dos semanas antes.
Se trataba del ataque al frente de una casa ubicada a dos cuadras de Tribunales. La noche del 24 de agosto gatillaron un tiro contra la puerta y deslizaron una nota con el siguiente mensaje. “Avisale a A. B. que deje de hacer inspecciones mala leche. La próxima te vacío el cargador”.
La destinataria del anónimo fue Patricia Kleinlein, jefa de Inspección de Farmacias de la 2ª Circunscripción. En la puerta de la casa se encontró una vaina de calibre 22. Como producto de ese cruzamiento convocaron a personal de Farmacias a declarar a Tribunales.
Allí se supo que en aquel agosto se habían labrado sumarios con sanciones tras inspecciones a algunas farmacias por problemas usuales: inconsistencias entre la mercadería ingresada y la vendida. Esto suele pasar por la procedencia irregular de fármacos, a menudo mal habidos o robados, luego negociados. Quien había detectado la anomalía era A.B. Se trata de la persona que figuraba en el anónimo dirigido a su jefa.
“Siempre tienen problemas los inspectores, por eso van con la TOE”, dijo la profesional que declaró sobre el escabroso mundo de la inspección de farmacias.
A esa persona le preguntaron en la oficina NN a cargo del fiscal Marcelo Vienna si conocía al abogado baleado. “Sí, Tortajada ha sido asesor de varios farmacéuticos. Y acaba de representar a una farmacéutica que estuvo en problemas”, fue la respuesta.
Las llamadas. Cuando todavía estaba internado alguien del entorno de Tortajada, Carlos L., recibió una comunicación escueta. “Viste cómo lo dejamos a tu amiguito el Gallego”, señaló alguien que cortó enseguida.
El Gallego es el apodo del abogado baleado, que nació en Sant Romá d’Abella, al noreste de España. El rastreo de ese teléfono más otros datos allanaron la pista hacia un individuo al que la Fiscalía NN no demoró en identificar. Su nombre era, según las deducciones, Pablo Andrés Peralta.
El día que mataron al policía Dolce, en el auto donde huían sus presuntos homicidas se encontró un llavero que tenía un papel con una dirección. Eso condujo al allanamiento de su casa en la calle Brown al 1800. Se supo entonces que la llamada entrante al teléfono de Tortajada el día que lo balearon había sido tomada por la antena que correspondía a ese domicilio. Allí vivía Pablo Andrés Peralta.
De ese y otros elementos surge que fue éste quien intentó matar a Tortajada. La hipótesis judicial y policial es que fue contratado como un sicario para ese trabajo. ¿Quién le había dado ese encargo? ¿Por qué motivo?
Aunque todavía no hay una acusación formal en el juzgado en que investigan a Peralta, a cargo de Juan Carlos Vienna, esas incógnitas están bien despejadas. El origen tendría que ver con un contratiempo en torno a un negocio farmacéutico.
El inversor. Es ampliamente sabido que un inversor que quiera actuar en el rubro farmacéutico debe contar con un profesional diplomado en la especialidad que se responsabilice de las compras y los expendios bajo las reglamentaciones de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat). A mediados de 2012 una farmacéutica, de apellido L., quedó en aprietos por las acciones poco claras de un inversor identificado como J.A.I. que se presenta como administrador de farmacias en Rosario.
Ante lo que valoró eran maniobras de J.I. que la comprometían a nivel comercial y acaso penal, L. acudió a Tortajada por consejo legal, dado que ella respondería por las acciones irregulares que atribuía al inversor.
Tortajada llamó por teléfono al administrador en cuestión y le hizo saber que le haría pagar en un estrado el modo en que había desfavorecido a su cliente. En Tribunales están convencidos que J.I. se enojó mucho con eso.
Luego apareció una persona en un edificio donde atiende Tortajada y le pegó tres balazos. En febrero atraparon a Pablo Andrés Peralta por el homicidio del policía Carlos Dolce. Esta causa se acumuló a la del atentado al abogado. Las escuchas telefónicas, las relaciones entre personas y la descripción física instalan en los investigadores la poderosa convicción de que Peralta es el mismo hombre que, con cinco meses de diferencia, disparó contra uno y otro.
Modus operandi
El ataque a Dolce y Tortajada fue similar: desde mínima distancia. La apariencia del acusado preso fue descripta por testigos en forma idéntica.

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