domingo, 2 de diciembre de 2012

La película de Néstor es en su contra-ESCENAS DE LA INTELIGENCIA MILITANTE

El cineasta Guillermo Raffo vio Néstor Kirchner, la película, y cree que no es una película, aunque no sabe qué es. Sólo que es algo hecho sólo para que lo vea Cristina y que, pese a su pasión  hagiográfica, en realidad es en contra del ex presidente.


Descontábamos que no iba a ser como Don’t Look Back, ni como Nixon. Los antecedentes de Néstor Kirchner, la película clausuraban toda posibilidad de ambivalencia o reflexión. Pero podría haber sido a favor, podría haber aspirado a cierta eficacia extra-cinematográfica en la línea de Michael Moore, quien nunca nos convenció de nada pero a su público algo le vende. Tal vez la primera versión, de Adrián Caetano, haya sido algo así. La que nos tocó, porque siempre ligamos las peores versiones de todas las cosas, es la de Paula de Luque: una hagiografía imposible cuya ambición declarada –hacer de Néstor un santo– es tan extrema como su incapacidad para conseguirlo.
Coincido con una apreciación minoritaria de la crítica: la película de Néstor no es una película, y es deprimente que la prensa y los exhibidores la hayan tratado como si lo fuera. Pero también es cierto que uno se maneja con las categorías que tiene, y en ningún lugar del mundo existe un sistema para evaluar un artefacto semejante. Tampoco es la primera vez que algo que no es una película se da en los cines. Desde aberraciones casuales como las de Warhol hasta excentricidades prodigiosas como la que filmó Herzog con enanos, muchas veces terminamos en un cine viendo algo que no está hecho para ver ahí. A veces funciona igual, y a veces no. Las juzgamos “películas” sólo por el lugar que ocupan, así como decimos que Forster es intelectual o Wainfeld periodista.
El mayor problema de la película de Néstor –la llamaremos “película” a falta de una convención previa que la defina mejor– es independiente del soporte: no está hecha para que la veamos nosotros, ni quienes aman a Néstor, ni quienes dudan de Néstor, ni las enormes mayorías a las cuales Néstor no podría importarle menos. Está hecha para que no la vea nadie, salvo Cristina. La película de Néstor son los deberes. Es una exhibición ritual de fidelidad, una ofrenda que sus responsables entregan a quien el destino convirtió en sacerdotisa, como si sacrificaran una cabra. Es otra cultura.
Desde las primeras imágenes queda claro que estamos presenciando una conversación ajena, en la cual el Chino Navarro y sus amigos demuestran lo que aprendieron durante estos años. Se escucha la voz en off de Emilio del Guercio, malvendiendo la memoria de Spinetta –algo que ya había intentado hacer, infructuosamente, cuando Spinetta estaba vivo– y asimilando aquella “generación del rock” a la juventud maravillosa que sin haber existido nunca es hoy motor y anhelo de la liturgia kirchnerista. Hay una transacción de algún tipo ahí, cuyos detalles no se revelan.
El discurso no se aparta un milímetro de la ortodoxia. Pero como es muy corto –el kirchnerismo maneja, con suerte, cuatro o cinco conceptos básicos– se ve obligado a repetir lo mismo muchas veces. “La generación que desplegó sus mejores sueños, luchaban por un país distinto, etc.” Después de un rato empieza a sonar forzado y mecánico, poco convincente incluso para quien crea que aquellos sueños existieron y tenían algo que merezca ser rescatado. Aparecen  algunas perlas de honestidad accidental. Imágenes de archivo muestran columnas de Montoneros mientras alguien dice: “Parecía que no íbamos a tener otra oportunidad”.
La película fracasa en su intento de convertir a Néstor en preso político de la dictadura. Ni con el respaldo explícito de Chávez consigue revestir de entusiasmo las diatribas de un presidente que leía mal y pronunciaba “temporalidat”, “acsoluto” y “ocjetivo”. Pero nada de esto importa, porque la película no es para nosotros. Nos está haciendo el favor de dejarnos verla.
Detrás de la película –o debajo, a pesar de sí misma– hay otra mejor, sin embargo, por lo menos durante su primera mitad, y es una película sobre la mafia. Empieza cuando uno de los fieles tocados por la mano de Néstor dice: “Mi vieja trabajaba en el minist... eeeh… en el Hotel Ibis.” Es inconcebible que algo así se les haya escapado a todos, pero ahí está, seguido inmediatamente por la señora que pensaba que su hijo había delinquido al saquear un supermercado, hasta que Alicia Kirchner la convenció de que “no era él el culpable” sino andá a saber quién: la fatalidad, Clarín, Superman.
La mafia da trabajo a cambio de lealtad, y eso es exactamente lo que hace Néstor con cada uno de los conversos que acuden después a dejar su testimonio. No resuelve el problema de quienes están en una situación similar, porque eso tendría algo que ver con la política. Los salva sólo a ellos, a quienes deciden acompañarlo. Los compra. Los va comprando de a uno. Ese fue el estilo que usó Néstor para gobernar y está expuesto en la película con la candidez de quien ni se imagina que algo así pueda ser objetable. Al famoso balbuceo no positivo, la película contrapone un primer plano de Néstor girando despacio con la mirada fija en –supuestamente– Cobos, insinuando revancha, retribución, vendetta.
La mafia es la familia, y ésa es la única máxima que cita Máximo como legado moral de su padre: “Ustedes son familia.” No vemos entrevistas a ministros, amigos ni compañeros de trabajo, pero sí a la mamá de Kirchner, a la de Cristina, y a las hermanas e hijos de ambos, con la excepción de Florencia. Tienen que estar –porque “son familia”– aunque no digan mucho; iluminándonos sólo esporádicamente cuando algo se les escapa: un gesto, una pausa que reconocemos propia de sus parientes más famosos, o la explicación que ofrece la madre de Cristina para su elección de novio: “El era similar a ella en inteligencia. El era militante, como ella”.
En inteligencia Paula de Luque también parece similar a ellos. Ante la opinión de que su película era una pieza de propaganda, replicó: “No es una propaganda”.  Una propaganda, lo dijo dos veces; es un milagro que haya terminado la secundaria. Su inteligencia militante es marca de estilo y excede los previsibles planos de gaviotas y flores sobreexpuestas en el campo. Incluso las imágenes más atractivas –viejos rollos en Súper 8 que muestran a Kirchner joven– están filmadas por alguien que parece venir de otro planeta: los protagonistas caminan hacia la cámara fija, o aparecen parados, invariablemente de frente. Su comportamiento es anterior al kinetoscopio, como si no se hubieran dado cuenta de que eso no es una cámara de fotos, como si la imagen en movimiento acabara de inventarse. La única excepción, lo único lindo de verdad, son las breves imágenes de la fiesta de casamiento. Néstor parece Jarvis Cocker y todos se mueven como personas. El camarógrafo que contrataron ese día no tenía inteligencia militante.
Al revés de lo que pasa en las películas de verdad, las dos películas de Néstor –la ofrenda ritual y la de la mafia– se desintegran cuando aparece, tarde, el primer conflicto. Hasta entonces veníamos siguiendo la simple historia del personaje noble que con esfuerzo y pasión va consiguiendo lo que quiere. Pero en cuanto aparece el primer obstáculo –en este caso, el conflicto con el campo– el héroe sigue de largo. Pierde y no se da cuenta. Tampoco hay consecuencias. Pasa lo mismo con todo el resto. Nada tiene consecuencias en la película del kirchnerismo y, por lo tanto, cuanto más tiempo pasa, menos se parece a la vida. Termina con una escena extraña en la cual quienes dieron su testimonio aparecen juntos y en silencio, con el pelo flameando en el viento, mirando el cielo, esperando a los marcianos.
No todo es desdeñable: Scioli aparece bastante. Y Alberto Fernández también, festejando chistes en una reunión de Carta Abierta. Están Coscia, Tristán Bauer, Mazure en cámara lenta. Se ve la Constitución Nacional consumida por las llamas de Fuerza Bruta. Y se ve clarito el pizarrón durante la votación de la Ley de Medios, con 146 votos afirmativos y tres en contra. Todos ellos vivieron tranquilos ahí, en el kirchnerismo. Hicieron lo que hicieron. Gracias a la película de Néstor va a ser más difícil olvidarse.

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