domingo, 11 de noviembre de 2012

"Una de las primeras cosas que hace un cártel narco es controlar a la Policía"


Un jefe policial sospechado en Santa Fe, un capo narco colombiano detenido en Buenos Aires. El fenómeno del narcotráfico asoma con fuerza en la Argentina. Mientras tanto, no existe un verdadero plan general para enfrentarlo. ¿Cómo se dio este fenómeno en México? ¿Se pueden establecer paralelismos?

Un jefe policial sospechado en Santa Fe, un capo narco colombiano detenido en Buenos Aires. El fenómeno del narcotráfico asoma con fuerza en la Argentina. Mientras tanto, no existe un verdadero plan general para enfrentarlo. ¿Cómo se dio este fenómeno en México? ¿Se pueden establecer paralelismos?
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Una imagen que recorrió el mundo: el narcotraficante colombiano Henry de Jesús López Londoño, alias “Mi Sangre”, detenido en Buenos Aires. Foto: EFE

Algunos hablan de 50 mil muertos desde 2006. Otros, se atreven a subir la apuesta y aseguran que el número de víctimas oscila en los 60 mil. En lo que todos están de acuerdo es en que el narcotráfico se ha convertido en un problema endémico, a lo largo y ancho de México.
Sin embargo, este proceso no se produjo de la noche a la mañana. Durante décadas, el flagelo narco fue echando raíces, frente a la mirada de una sociedad que, seguramente, no logró reaccionar a tiempo porque jamás imaginó cuáles serían los alcances de este verdadero infierno.
Javier Garza Ramos es un periodista mexicano que ha dedicado gran parte de su trabajo a investigar sobre el narcotráfico y la violencia. Tanto es así que suele ser invitado como conferencista en distintos lugares del planeta. Una voz autorizada para hablar de un tema que asoma con fuerza en el país y que acaba de provocar un verdadero tembladeral político y policial en la provincia.
—¿Cuáles son los síntomas generales que comienzan a percibirse en una comunidad, cuando el narcotráfico empieza a echar raíces?
—Depende de las circunstancias. Si es un solo grupo el que está penetrando, se empiezan a observar despliegues de riqueza, como automóviles ostentosos y el comercio que les sigue. También algunos negocios que pueden considerarse centros de lavado de dinero (restaurantes, bares, ventas de autos usados). En general la población tiende a confundir esto con una época de prosperidad económica y, por lo mismo, tiende a cerrar los ojos.
Una vez que un grupo ha penetrado, si llega un cártel rival a disputar el control de una zona, comienza un repunte en homicidios y balaceras entre pistoleros de ambos bandos, sobre todo en los lugares que son propiedad del grupo que ya estaba, como los restaurantes y bares.
También comienzan a aumentar las extorsiones, sobre todo de “giros negros” como bares, “table-dance”, casinos y mercancía de contrabando.
—¿En qué momento un país se da cuenta de que dejó de ser un lugar de paso de la droga y que superó también el status de lugar de consumo, para convertiste en territorio de narcos?
—Por un lado, empiezan a subir las atenciones en centros de tratamiento de adictos y también aumentan los incidentes que involucran a personas bajo el efecto de drogas. Proliferan “tienditas” (en la Argentina son conocidas como “quioscos”), sobre todo en las áreas más marginadas, aunque la penetración del mercado interno es gradual y tan silenciosa, que se detecta cuando ya va muy avanzada.
—¿Cómo fue la experiencia mexicana?... ¿se produjeron situaciones puntuales, concretas, que comenzaron a develar que algo estaba cambiando?
—El aumento de hechos violentos en algunas partes del país comenzó a dar indicios de que los cárteles habían emprendido guerras territoriales alrededor de 2004 y 2005. Comenzamos a ver las primeras decapitaciones, y la frecuencia de balaceras en lugares públicos aumentó. Lo que cambió fue que los cárteles colombianos comenzaron a pagar a los mexicanos “en especie”, o sea con cocaína, y no con dinero. Por lo mismo los mexicanos tuvieron que encontrar mercados para colocar esa droga. Al entrar a una ciudad, los cárteles obligaron a los delincuentes locales a trabajar para ellos.
—¿Cómo se da el proceso de vínculo creciente entre los narcos y las fuerzas de seguridad?
—Una de las primeras cosas que hace un cártel del narco en una localidad es controlar a la Policía mediante dinero o amenazas, a través de contactos con los jefes. Si no es con el principal jefe de cada Policía, puede ser a través de comandantes de grupos o sectores. También reclutan policías para que dejen las corporaciones y trabajen para el crimen, pero manteniendo los vínculos con sus viejos compañeros.
—En la Argentina comenzamos a saber de policías que protegen a narcotraficantes. ¿Qué viene después de eso?
—Después de establecida la red de protección, los narcos pueden usar a los policías para que les hagan ciertos trabajos sucios, como acciones de secuestro o extorsión valiéndose de su autoridad, o detenciones de miembros de grupos rivales.
—¿Qué ocurre con la Justicia?
—El proceso de infiltración de las Policías también se extiende a procuradurías de Justicia, fiscales, investigadores y jueces, para que no detengan a miembros de un cártel o los detengan para dar la impresión de avances, pero luego los liberan.
—¿Qué suele suceder con el poder político?
—La infiltración también se da a nivel de alcaldes (intendentes) o gobernadores, para que alejen a las fuerzas de seguridad de las actividades del grupo criminal que los controla.
—¿Qué otros sectores sufren las consecuencias de la presencia narco?
—Algunos cárteles, sobre todo los que no sólo trafican droga sino que también secuestran, extorsionan o asaltan, buscan censurar lo que la prensa dice de ellos, amenazando a reporteros para que no publiquen hechos violentos que ellos fomentan, las detenciones de sus miembros o los golpes que les asestan cárteles rivales.
—¿Cuáles son los métodos de control que aplica el narcotráfico sobre los territorios ocupados?
—El homicidio de delincuentes rivales, el secuestro, la extorsión de negocios y el robo violento de vehículos, principalmente.
—¿Qué diferencias existen entre una política de seguridad pensada para el delito común y una política de seguridad pensada contra el narcotráfico?
—Las políticas contra el narcotráfico dependen de cada región, porque cada una tiene sus particularidades, al ser puntos de entrada de droga o puntos de paso. El combate a los grupos traficantes debe darse desde una estrategia regional y luego nacional, a través de la inteligencia para conocer las actividades de cada grupo, controlar la forma en que mueven la droga y contenerlos dentro de ciertos límites.
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Los enfrentamientos entre fuerzas de seguridad y traficantes de drogas ganan las calles en la ciudad de México. Foto: EFE
Las políticas contra el delito común son locales y tienen que ver con prevenir la incidencia delictiva de robos, secuestros, extorsiones y homicidios, que son los delitos de más impacto social. En la región de La Laguna, por ejemplo, se ha traficado droga desde hace 40 años, pero no había tenido un impacto en la seguridad de la población hasta hace 5 años, cuando los cárteles desataron la violencia.
Son las Policías locales las que deben identificar a las bandas criminales y disuadirlos mediante detenciones y golpes a sus recursos materiales y logísticos. También se deben identificar a las bandas que forman parte de cárteles organizados y a las que se hacen pasar por cárteles del narco (por ejemplo, ladrones comunes que dicen pertenecer a los Zetas). La disuasión debe darse mediante detenciones, elevando las penas a los criminales que desatan olas de robos o secuestros.
—¿Cuál es el impacto sociocultural de la presencia de los narcotraficantes?
—Con el tiempo, ciertos segmentos de la población comienzan a ver a los narcos con cierto respeto y admiración por la forma en que ganan dinero y demuestran su “hombría”. Esto es reforzado por varias manifestaciones culturales como los “corridos” musicales o algunas películas.
Los niños y jóvenes son blanco fácil de reclutamiento, porque los grupos criminales ofrecen pagos atractivos, que son mejores que otros empleos. A los hombres se los seduce con la promesa de un estilo de vida de poder y dinero, a pesar de que la mayoría de las veces serán la “carne de cañón”.
—¿Cuántos años llevó en México el proceso que desembocó en la situación actual?
—México ha servido como punto de tráfico de drogas desde la década del ‘70 y en este tiempo las corporaciones policíacas y las instituciones de Justicia fueron infiltradas. No se fortalecieron porque el problema del narco no se había extendido a un fenómeno de violencia y a un aumento en delitos comunes hasta hace poco, cuando las instituciones ya estaban comprometidas.
—¿Se pueden tomar medidas a tiempo como para impedir el avance de dicho proceso? ¿O el narcotráfico es un enemigo demasiado poderoso para enfrentarlo con éxito?
—Eso tiene que ver con la fortaleza institucional. El narco es un enemigo poderoso y quizá es imposible eliminarlo, pero funciona con incentivos. Si sabe que el Estado lo va a confinar dentro de ciertos límites y lo va a castigar si rebasa esos límites provocándole pérdidas, va a estar contenido. La clave también está en la fortaleza institucional. Se puede tener narcotráfico sin violencia, siempre y cuando a nivel local la autoridad combata los delitos de mayor impacto, e imponga costos a aquellos que desaten olas de violencia. De igual forma, un sistema educativo fuerte e incluyente y motores económicos dinámicos a nivel local evitan el paso de jóvenes al narcotráfico.
Antes de que el narco termine de penetrar en una comunidad, es importante que la prensa exhiba la forma en que se está extendiendo un grupo criminal, revelando puntos de venta de droga y casos de extorsión o amenazas, dando seguimiento a denuncias ciudadanas y llevando un conteo riguroso de la incidencia delictiva cada mes, para denunciar si aumentan los delitos. Así se puede generar conciencia en la ciudadanía si el problema está creciendo.
/// EL DATO
El entrevistado
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Javier Garza Ramos es subdirector editorial de El Siglo de Torreón desde 2006. Licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana, tiene una maestría en Periodismo por la Universidad de Texas en Austin.
Fue reportero y editor en el diario Reforma de la Ciudad de México, donde también inició Agencia Reforma, el primer servicio noticioso basado en Internet en América Latina. Fue corresponsal en Washington para Grupo Monitor y editor del diario Rumbo de Austin.
Brindó conferencias sobre violencia y crimen organizado en las universidades de Texas, California y Georgia, la Sociedad Interamericana de Prensa, la Asociación Mundial de Periódicos y Editores, el Comité para la Protección de Periodistas, el Centro Knight para Periodismo en las Américas, el Centro Dart para Periodismo y Trauma, el Instituto Noruego de Periodismo y la Unión de Periodistas de Rusia.

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